La sabiduría de la
vida debería enseñar a vivir feliz, pero sin una mentalidad estoica, que suponga
renuncia y austeridad y sin un aire de
maquiavelismo, al querer alcanzar la felicidad a costa de todo lo demás. Estos
extremos están vedados para alcanzar la felicidad. El problema viene dado entonces en determinar qué se entiende por
felicidad. Para unos será la riqueza, los honores, la fama o el placer. Aristóteles concluye
diciendo que la felicidad se obtiene mediante la práctica de la virtud.
Hay que vivir la vida de acuerdo a
nuestra razón y búsqueda de la verdad, actuando bien, e intentando conocernos a nosotros mismos. Tener alegría de ánimo y temperamento feliz, salud, tranquilidad de espíritu y bienes externos en medida reducida.
Pero la experiencia nos dice que la felicidad es una quimera, mientras que el
sufrimiento y el dolor son reales. Si nuestra experiencia vital diera sus frutos,
dejaríamos de buscar la felicidad y procuraríamos solo escapar del dolor: “El
prudente no aspira al placer sino a la ausencia de dolor” dice
Aristóteles.
Lo mejor que se puede encontrar es un presente sin dolor, tranquilo y
soportable. No hay que estropearlo esperando alegrías imaginarias, o
preocupaciones ante un futuro incierto. Lo mejor es disfrutar del presente como
algo realmente seguro.